11 .- La Amatista de un ángel.
Nunca he creído en ángeles. Respetaba a las personas que hablaban de ellos, pero tenía claro que eran inexistentes, igual que cuando hablas a los niños de hadas ´fairies´y de gnomos. Tampoco era creyente. En mi tiempo rompí moldes. Tengo 52 años y en aquellos tiempos de mi adolescencia era casi obligatorio estudiar la asignatura de religión. Fui una excepción. Tampoco me casé por la iglesia. Éramos jóvenes y conseguí que se aceptase y respetase mi boda civil: la primera para la mayoría de mis invitados.
Quiero deciros con esto que era COHERENTE en mi vida con lo que pensaba. No creía en ángeles y no practicaba ninguna religión al uso.
Me equivocaba completamente
Un día una compañera me dijo que tenía que presentarme a su hermana, que era muy especial y que nos íbamos a entender bien. Yo recogí su ofrecimiento y en unos días quedamos las tres para conocernos. El día anterior a la cita montaba en mi taller terapéutico una pieza de preciosas amatistas como regalo y detalle para ella. Las amatistas ya habían sido “designadas” y yo canalicé su destino, pero entonces no lo entendí. Me explicaré.
Un buen amigo que es Acupuntor me permitió tener expuestos en su consulta unos llaveros terapéuticos de mi taller. Así sus pacientes tendrían fácil acceso a mis piezas y si “resonaban” con ellas, beneficiarse de sus propiedades. De vez en cuando pasaba a reponerlos, y uno de esos días previos a la cita, el llavero colgado de amatistas “latíó” y destacó de los demás, por lo que decidí llevármelo y transformarlo para el regalo. Resultó ser un colgante muy femenino.
La cita llegó, nos calentamos con un café ese frío día de invierno y antes de abandonar el local decidí darle el regalo. ” Qué curioso” me dijo al verlo. “Juraría que es igual que un llavero que siempre toco cuando salgo de una consulta a la que voy .” Más tarde me diría mi amigo que ella comentó que esa chica trabajaba muy bien y él riendo le respondió que cómo sabía que era una chica y no un chico.
Era la primera muestra rotunda de canalización, de capacidad psíquica, de psicometría, pero por entonces ni tan siquiera sabía el significado real ni el alcance de esta palabra. Ahí estaba yo, delante de esa mujer, a punto de explicarle cómo se había ido entrelazando todo. Lo expliqué y se sorprendieron. Pero me costó un tiempo aprender la lógica de esta situación que parecía inconexa y de cómo los cuarzos pueden imbuirse de la energía y la información de las personas. Las amatistas portan energía muy espiritual y yo era capaz de captar y traducir esta información.
Entonces me pidió quedar para una sesión de reiki. Ella era terapeuta, tenía sus pacientes, pero necesitaba mi ayuda. Y encantada fijamos una fecha: 18 de diciembre de 2014. Nunca sospeché que esa fecha cambiaría mi vida.
Su consulta estaba en zona céntrica, pero me fue fácil aparcar. Llevé la camilla de reiki desde el coche hasta su ascensor y allí me esperaba puntual. Después de enseñarme sus dependencias y la última adquisición tecnológica para su terapia, comenzamos con la sesión de reiki.
Como en ” modo reiki ” yo tengo otra percepción de la realidad, no me extrañó que mis manos se hundieran un poco en su cuerpo. No encontraba la solidez habitual de un cuerpo físico, resultaba poco corpórea en ese estado. El protocolo de reiki seguía su curso, y llegó el momento en que hay que pedir al paciente que dé la vuelta y tratarle boca abajo.
Y sucedió. Lo que tenía ante mis ojos no podía ser verdad…
EXPERIENCIA TRANS
Había algo EXTRA de lo que un humano no es portador. Unas inmensas alas blancas, tupidas y consistentes, que abarcaban toda su figura hasta los pies.
PERPLEJA NO ES LA PALABRA; en ese momento me rompí.
Mis pilares se desplomaron. No acertaba a encajar la realidad que tenía delante y ahí estaban las alas, lo creyera o no. Saqué fuerzas y continué el protocolo como una sesión ordinaria y cuando terminé, desconocía qué actitud iba yo a tomar o qué iba a decir. Y con valentía y sencillez se lo expliqué. Sabía que zozobraría mi credibilidad igual que me está sucediendo ahora que me lees, pero dejé hablar al corazón y a la verdad. Con tacto le expliqué cómo eran sus alas y esperé de frente la embestida de su respuesta.
– No hubo tal –
“Lo sé”, me dijo, “…pero nadie me cree.”
Enmudecí. Su respuesta fue más fuerte que la propia visión.
Nos abrazamos, recogí la camilla y el maletín, y me acompañó al coche. Nos despedimos con una mirada de complicidad, sabía que su nombre siempre estaría a salvo conmigo; el servicio Reiki impone confidencialidad. De camino a casa conduje como una autómata. Me sobrepasaba. Toda mi programación de vida y mis sólidas bases, hechas añicos. Me acababa de convertir en una náufraga.
En casa me esperaban. A salvo en mi sofá, sentía las neuronas en mi cerebro desconectadas, apagón general. Pedí a mi marido que se ocupara de la cena del pequeño, algún día le explicaría. He tardado dos años en compartirlo.
Al día siguiente me hizo llegar un puñado de perlas de cuarzo rosa que guardo celosamente. Y de vez en cuando siento que una de ellas debe ser entregada.
Seguimos en contacto todavía. Tras dos años, me ha vuelto a pedir un nuevo Reiki, faltándole la voz, al límite de sus fuerzas.
Y una vez recuperada, sigue con su misión, ofreciéndose y ayudando a los demás en cuerpo y alma.
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